El domingo, 26 de enero de 2014

EL TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)


El otro día el papa Francisco llamó el aborto “horrífico”.  Y ¿qué?  La Iglesia siempre ha condenado el aborto como pecado gravísimo.  Pero parece que el papa tenía un motivo aparte para condenar el aborto ahora.  Se da cuenta de que muchos hombres y mujeres trabajando en pro de la vida se han preguntado si el papa camine con ellos en la lucha.  Pues desde el principio de su papado Francisco ha hablado fuertemente por el bien do los pobres.  Ya quiere enfatizar también su preocupación sobre los niños no nacidos.  Como es su deber, el papa pone la unidad de la Iglesia en alto lugar.  Quiere que todos sientan su apoyo para que no se opongan a uno y otro.   Actúa como san Pablo en la segunda lectura hoy de la Primera Carta a los Corintios. 

Los destinarios de esta carta comprenden una comunidad pequeña en una sociedad grande.  Se forma de ricos y pobres, mujeres y hombres.  Pablo mismo fue el que convirtió a los miembros a Cristo unos años anteriormente.  Les habló de Cristo Jesús cuyo cuerpo resucitado la comunidad ya encarnece.  Sin embargo, ya se han aparecido hendiduras en la estructura.  Algunos dicen que son de Pedro; otros se jactan de que son de Apolo; y algunos se atreven a decir que son de Cristo como si todos no fueran cristianos.  La comunidad está experimentando la tendencia de deshacerse que afecta todos proyectos humanos (que en parte es).  Es lo que ya se ha hecho realidad en el cristianismo mundial.  Unos dicen que son evangélicos; otros se jactan que son ortodoxos; nos llamamos a nosotros mismos católicos; y algunos extienden la audacia de los corintios de llamarse “cristianos” como si los demás no creyeran en Cristo.

Para superar estas divisiones, el papa Juan Pablo II recurrió al evangelio donde Jesús ora a Dios Padre: “Que sean uno como nosotros somos uno”.  Pensaba que si es la voluntad del Salvador que todos sus discípulos sean unidos, entonces es menester de todos cristianos del día hoy que remendemos las roturas históricas.  Similarmente Pablo recurre a Cristo para vencer las fracciones formándose entre los cristianos de Corinto.  Exhorta a todos “en nombre de nuestro Señor Jesucristo” que vivan unidos.  A veces una madre dice a sus hijos peleando: “Por el amor de mí, que no peleen más”.  Aquí Pablo mira a Cristo como la fuente de la unidad.  Pues Cristo no es sólo la comunión que comparten todos en la eucaristía sino también él siempre mostraba la humildad para el bien de todos.

Pablo hace hincapié en el sacrificio de Cristo por preguntar: “¿Es que Pablo fue crucificado por ustedes?”  Ciertamente los corintios responderán que “no”, que Jesucristo les dio su vida para salvarlos del pecado.  Pablo espera que la mención de la entrega de Cristo llame a todos de la comunidad a sacrificios semejantes.  Los papas recientes no se han retirado de esto reto.  El papa Juan Pablo II escribió que era dispuesto a cambiar al papado en formas no esenciales para facilitar el ecumenismo.  El papa Francisco pareció aún más deseoso de acogerse a los cristianos no católicos cuando, como el cardenal arzobispo de Buenos Aires, se hincó delante de pastores evangélicos para recibir su bendición. 

Pero el ecumenismo requiere los esfuerzos de todos nosotros.  Tenemos que buscar caminos nuevos con personas de otras religiones.  Primero queremos orar para la unidad cristiana, si es posible en servicios particulares con nuestros hermanos y hermanas separados.  Es preciso también que dialoguemos con ellos para mejorar el entendimiento mutuo. Pero el diálogo requiere que cada uno estudie sus propias creencias para que se adelante.  No hacer tales sacrificios para avanzar el diálogo ecuménico sería traicionar el bautismo en la muerte de Cristo.  En la lectura Pablo recuerda a los corintios del bautismo, que es la muerte del yo con todas las vanidades.

Si hemos entendido bien la Nueva Evangelización, entonces nos damos cuenta de que no es un intento de convencer a los no católicos del dogma católica.  Más bien es un esfuerzo de compartir la alegría de ser cristiano católico junto con una invitación de venir y ver.  Extendida al ecumenismo, la Nueva Evangelización no es la invitación a nuestros hermanos y hermanas separadas a regresar a la Iglesia Católica.  Más bien es la búsqueda de caminos nuevos en que nos adelantamos juntos en nombre de nuestro Señor Jesucristo. 

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